Hoy al esposo de una de mis empleadas se le acabó la batería del automóvil. Como no tenía cables de puente en el trabajo, conduje con él hasta un pequeño pueblo cercano (un sábado por la tarde) para comprar cables de puente para que pudiera recargar la batería de su auto y conducir a casa.

Desafortunadamente, la mayoría de las tiendas que probablemente vendieran cables de puente estaban cerradas o no les quedaba ninguno. Cuando le pregunté al empleado de una tienda de conveniencia si vendían cables de puente, él dijo que no, pero un cliente que estaba cerca dijo que tenía algunos. Le expliqué que necesitaba llevarlos conmigo y él dijo que estaba bien, y que me los daría.

Fue a su camioneta, rebuscó detrás del asiento del pasajero y pronto sacó un juego de cables de puente en su estuche original. Cuando le dije que no quería llevarme sus cables, dijo que no los necesitaba, ya que también tenía un cargador portátil. Le ofrecí pagar, pero él se negó, afirmando que tenía 61 años y que le gustaba ayudar a la gente. Su raza y el color de su piel eran diferentes a los míos y al del esposo de mi colega, pero eso no le importaba.

En Lucas 10:30-37, Jesús le contó la historia del buen samaritano a un abogado religioso y luego le preguntó sobre los personajes de la historia: "¿Cuál de estos era el prójimo?"

En este caso hoy, yo no era el prójimo. El total extraño de una raza diferente era el prójimo. ¿Habría estado dispuesto yo a regalar un par de cables de puente a un extraño? Honestamente, no, hoy no, incluso si yo tuviera un cargador portátil adicional.

Que Dios use esta experiencia para hacerme un mejor prójimo mañana, para que pueda mostrar misericordia. A quien mucho se le perdona, mucho ama. (Lucas 7:47)