El lunes por la noche me dijeron que mi cuñado había empeorado en su batalla contra el cáncer y que tal vez no pasaría la noche. Me subí a mi auto y conduje desde Florida a Pensilvania, deteniéndome para dormir unas horas en mi auto en un área de descanso a lo largo de la autopista interestatal.

Lo hice a tiempo. Pasé la noche del martes con mi cuñado en su habitación del hospital, durmiendo en un sillón reclinable. Esa noche, así como el día siguiente por la mañana (miércoles), le leí en voz alta de los Salmos, así como del Evangelio de Juan y de la Epístola a los Efesios, y canté muchos himnos de un antiguo y familiar himnario. También expliqué que la salvación no es por obras, sino que es don gratuito de Dios, para que nadie se gloríe. Este mensaje fue acogido firmemente por mi cuñado, quien estuvo lúcido en todo momento.

Mi cuñado murió el miércoles por la tarde.

¿De qué libro podría leer para dar consuelo a un alma moribunda? ¿Qué palabras, aparte de las de Jesús, conducen a la vida eterna? ¿Debería yo haber leído un libro del último autor de autoayuda o de un orador motivacional (no es que haya nada malo en estas cosas en sí mismas)? ¿Debería haber cantado los últimos éxitos del pop? ¡Que nunca lo sea! “Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna." Juan 6:68

En nuestro negocio vendemos Biblias, himnarios y otra literatura cristiana de calidad. Las Escrituras nos instruyen a trabajar con nuestras manos (1 Tesalonicenses 4:11) para poder comer nuestro propio pan (2 Tesalonicenses 3:12). Nos ganamos el pan cotidiano vendiendo Biblias, y no hay reproche en ello, porque sabemos “que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Romanos 10:17) También sabemos que “Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra." 2 Timoteo 3:16-17

Por eso, nosotros vendemos Biblias.